viernes, 7 de noviembre de 2014

LEUNGANA Y MUGARRA

El pasado domingo un par de amigos me invitaron al monte y eligieron el Mugarra (969m), todo un peñasco de roca calcárea perteneciente al municipio de Durango, a la sierra de Aramotz. Partimos desde el pueblo de Mañaria sobre las 9:30. El día despertó nublado, con aire turbio y viento ligero a ratos. Lo más ideal para tomar unas fotos, irónicamente hablando. A medida que avanzamos hacia a lo alto nos empezó a llover de manera intermitente pero suave. El Mugarra se impone como un peñasco enorme por donde los buitres revolotean  y habitan en sus agujeros horadados en las pareces rocosas. La subida hacia la base del peñasco es tranquila pero el último tramo, cuando se le va a coronar, dando un rodeo hacia la derecha, se hace escalonado, con múltiples rocas kársticas y hojarasca resbaladiza. El suelo, ese día, estaba muy humedecido, con lo que hubo que prestar especial atención por donde se pisaba. No era fácil hallar buen hueco para posar con firmeza los pies y seguir avanzando, pero poco a poco y con paciencia se consigue. Una vez en la cumbre, las vistas, como siempre, tan extendidas por el espacio abierto se agradecen como un regalo, si bien esta vez algunas nubes nos impedían ver con transparencia los montes lejanos y parte del horizonte en derredor. También, durante un instante, una nube nos visitó dejando caer unas cuantas gotas gordas de agua sobre nuestras cabezas. Al poco se disipó y decidimos descender. De nuevo hubo que prestar cuidado al pisar y más aún porque al bajar la misma inclinación del monte te empuja hacia delante complicando más el avance que al subir.
Una vez llegados al collado que separa el Mugarra del Leungana (1008m) mis amigos me animaron a subir éste otro monte ya que había tiempo de sobra. Me sentía algo cansado pero bueno, cómo me iba a negar. Además, me fijé en el camino de entrada hacia el monte que había una vereda colmada de arbustos entre grandes piedras y aquello había que verlo de cerca. Efectivamente, la subida al Leungana fue bastante más atractiva. El suelo estaba alfombrado de roja hojarasca otoñal y muchas piedras grises surgían de la tierra igual que lapidas en un cementerio. Los árboles viejos estaban moteados de musgo y muchas de sus ramas enmarañadas rajaban el cielo pálido en contraste. Confieso que adoro este tipo de terreno ondulante, abandonado a los castigos del clima y otras fuerzas ocultas que esculpen su forma extravagante. Es lo que busco. Sentirme rodeado, anegado en un paisaje extraño, algo salvaje. Es esa forma virginal, ese misterio siempre escondido que no acertamos a identificar, pero que gusta. Una vez arriba tomamos un bocado contemplando la panorámica habitual de las cumbres. El tiempo empezó a mejorar. Trozos amplios de cielo azul se abrieron. Así que tuve algo de más suerte para sacar mis fotografías. Tras comer un bocado en la cumbre decidimos volver.
Eran cerca de las tres de la tarde cuando llegamos al pueblo. Tenia las piernas endurecidas, como si fueran a reventar, un tanto dolidas y anticipando unas buenas agujetas para el día siguiente. Pero contento de la excursión y deseando repetirla algún otro día, ésta misma y otras que puedan surgir. Y confieso, a posteriori, que las agujetas han sido bastante más leves de lo que esperaba.










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