domingo, 19 de julio de 2015

«En los tiempos primitivos el hombre creía que cuando soñaba entraba en un segundo mundo real. En esto estriba el origen de toda la metafísica. Sin los sueños no hubiera habido justificación para un mundo dualista.»  - Friedrich Nietzsche

SABER PARA QUÉ


Llegados a este punto en la historia de la civilizacion, me viene a la mente la intrigante pregunta de qué fue el detonante para que la evolución del pensamiento y su orden de acción nos haya traído hasta aquí, adonde ahora hemos caído. Cómo hemos ido cambiando la forma de hacer las cosas, de pensar, de buscar, y total para qué. Si se trata de un juego sin rumbo ni final y cuyas reglas las vamos inventando nosotros pero que quedan arbitradas por la naturaleza. Si se trata nada más que de esquivar el aburrimiento o incentivar el asombro, o simplemente de querer vivir más cómodamente, no sufrir, no morir. ¿Un poco de todo tal vez? Despiertos a servir a nuestro yo nos interesamos únicamente de nuestro beneficio, ciegos del daño que podamos ocasionar al resto del mundo, incluidas las personas. Queremos saberlo todo pero ese todo es demasiado grande y no para de crecer. Y querer saber entraña otra pregunta que es necesario saber, para no errar, ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Saber para qué? Los animales no parecen participar de este debate epistemológico. Viven. La pregunta viene a ser así el principal distintivo entre nosotros y los animales. Con la pregunta el hombre se escindió de la naturaleza. A la pregunta se la ha de vestir con una respuesta, sea como sea. Preguntar y encontrar respuestas es tanto inventar como descubrir, si acaso no son ambas cosas lo mismo.

El punto de partida bien pudo ser cuando en la prehistoria el hueso de un animal muerto vino a servir de arma a un homínido, como bien expuso Kubrick en su película “2001 Una Odisea del Espacio”. Mala entrada hicimos de aquel descubrimiento cuando lo pusimos al servicio de la guerra. Pero así funcionan las cosas. Entre los animales hay un recelo por proteger su territorio, la vida de los cachorros de los depredadores, hay que sobrevivir, cazar, matar. Después de todo, el hambre, la sed, el frio o el calor duelen, y en eso no nos distinguimos mucho de los animales. Lo sufrimos igualmente. El uso del hueso como arma para agredir fue un descubrimiento, un darse cuenta, no un pensar a priori, ese, ¿qué puedo yo hacer con esto? El darse cuenta se presentó de repente, la imaginación lo aprehendió de inmediato, lo procesó en el pensamiento y al ponerlo en práctica funcionó. Pero las consecuencias a la larga no se calcularon con exactitud. Así comenzaron las impertinentes guerras que durante milenios han diezmado razas y civilizaciones. Algo hicimos mal desde el principio. Los problemas que procuramos resolver nos devuelven otros de mayor magnitud. Es posible que la predisposición al utilitarismo egocéntrico sea el primer pecado, por no entender la falta de respeto al entorno exterior y a los demás que nos rodean. Porque es de suma importancia entender que si por algo existimos se lo debemos al entorno exterior y eso también incluye a los demás, de los que dependemos inevitablemente.

¿De dónde vino la pregunta originaria que buscaba una respuesta oculta a los sentidos, acerca de eso que intuíamos que estaba escondido? ¿Qué necesidad tuvimos de aquello? ¿Fue la tentación por morder la manzana? ¿Qué extrañeza irrumpió en aquel que con observar no le bastaba? ¿Cuál fue el empuje inicial al despliegue progresivo y cada vez más complejo del pensamiento? Parece como si la misma puesta en escena de la pregunta estuviera buscando una respuesta concreta a conveniencia. El utilitarismo podría ser uno de los catalizadores principales del conocimiento pero esto conlleva inequívocamente a un conocimiento dependiente, incompleto, no genuino, y a la postre, infructuoso, si no nos devuelve el bienestar que buscamos. Saber pensar se convierte de esta manera en un arte si se quiere progresar, si de veras se quiere lograr un objetivo que nos coloque dentro y fuera del bien y del mal. De conservar un poder que por encima de todo nos conceda felicidad y también evolución, porque indudablemente no podemos quedarnos quietos. El tiempo nos mueve, el tiempo nos transforma.

No parece que la pregunta originaria partiera de un estado placentero. A la felicidad no se la interroga, porque de hacerlo la misma felicidad decrecería, y eso es algo que no nos podemos permitir. Podría, sí, si acaso el asombro del poeta, buscar más con lo que deleitarse, pero más que una pregunta sería una búsqueda, un querer descubrir más por el gusto de participar encantado con la novedad. Maravillarse. Un saber sano, por otra parte, vital y esencial. Sin embargo la pregunta que interroga a la naturaleza conoce a priori algunas de sus operaciones, tal y como la conciencia las registra. La  mente maquina. Porque hay que dejar claro que todo entendimiento de la naturaleza esta intrínsecamente anclado a la conciencia que la contempla. Así el cómo, vendría a buscar el sistema mecánico del proceder natural, el por qué, su justificación teleológica, el qué, su razón existencial, el cuándo, una situación causal en el tiempo. En todas las preguntas se bosqueja un método vinculante a nuestro yo, que define nuestras intenciones, curiosidades y miedos. 
La tragedia de este asunto se está dilatando a unos niveles inflacionarios preocupantes. Si fue la propia individualidad quien emprendió el camino en el arte de cuestionar, fue la sociedad quién aplaudió las respuestas recabadas durante la investigación, sin lugar a dudas las respuestas científicas, que por objetivas y utilitarias convencieron y así ganaron el máximo honor del conocimiento. Cualquier otra respuesta se plantea como subjetiva y por ende castigada al mundo de la metafísica, la religión, la estética, lo personal. Si no se extrae una ganancia mensurable en las respuestas que descubrimos para la sociedad en común, no parece que sepamos encajar la sabiduría. Pero es aquí donde nos encontramos con un escollo duro de sortear, porque si la pregunta viene a priori condicionada al servicio de lo práctico, buscando la respuesta que nos simplifique la vida, acomodando la vida a las exigencias biológico materiales, ¿qué haremos cuando este conflicto quede resuelto? Partiendo primero de que distamos mucho de estar resolviendo este problema existencial, (el de la vida amenazada por la muerte) convendría saber si hemos avanzado algo desde el momento en que emprendimos esta tortuosa marcha.

Sé que hay otras respuestas si aprendemos a inventar nuevas formas de cuestionar. O también, otras formas de interpretar las respuestas, (hacer mejor exégesis de lo dado), si aprendemos a valorar la subjetividad, otros conceptos. Y no me refiero a caer en la duda, a extraviarse en galimatías que aparentan mundos ventajosos pero que no son ciertos, ni aceptar idealismos a ciegas. Pero sí a saber entender otros significados, símbolos que señalan a que nos dirijamos por mejores derroteros, puesto que la ruta que hemos emprendido hace tiempo no parece conducir a buen destino. El sentimiento, eso que insufla de calidad la vida, de ilusión, se está deteriorando ¿Cómo es que la aprehensión de la verdad está menguando el sentimiento positivo, la vitalidad de la vida? ¿Qué estamos haciendo mal? Seguro que lo sabes y si no, aprende a descubrirlo. No es tan difícil. La filosofía está para algo.  - AllendeAran

«Gracias a nuestras facultades mentales, creamos el mundo natural caliente, vivo, lleno de color, de carne y de sangre que conocemos en nuestra experiencia diaria y después, mediante la operación del pensar abstracto, le despojamos de su carne y de su sangre y lo dejamos en su puros huesos. Este esqueleto es el "mundo material" de los físicos.»  - R. G. Collingwood

 «Siendo la mente humana, en su conjunto, un producto de la evolución natural, no tenemos por qué suponer que la naturaleza nos ha dotado de facultades mentales con el fin de conocer la verdad; de hecho, nuestra inteligencia no es en modo alguno una facultad conocedora e la verdad, sino esencialmente una facultad práctica, que nos capacita para actuar efectivamente en el fluir de la naturaleza, contando este fluir en pedazos rígidos que podemos manipular, lo mismo que un carnicero manipula la carne de un animal o un ebanista manipula los árboles.» -  R. G. Collingwood

«La naturaleza se nos aparece realmente; es visible presente a nuestros sentidos [...] pero no es algo completo; es algo empeñado en convertirse en algo diferente. Este algo diferente en que la naturaleza está empeñada es el espirítu.»  - R. G. Collingwood
«El problema no surge de una consideración general acerca del conocimiento, sino de las peculiaridades especiales de la naturaleza como algo dado a la mente, algo con lo que la mente tiene que encararse, y esto implica que hay una cosa en sí.»   -   R. G. Collingwood

«La naturaleza no es real; nada hay en la naturaleza que colme en forma plena las medidas de nuestras descripción científica de ella, y no porque nuestras descripciones necesiten ser corregidas, sino porque siempre hay en la naturaleza una especie de rezago, un elemento de indeterminación, de potencia no resuelto todavía en acto perfecto.»  -  R. G. Collingwood
Esta entrada está inspirada en el periplo filosófico histórico que hace George Colingwood en su libro "Idea de la Naturaleza". Editorial Fondo de Cultura Económica, 243, pp
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