viernes, 30 de agosto de 2019

"El ser tiene que afirmarse, y para un ser que tiene que afirmarse la existencia toma el carácter de un interés o un propósito."  - Hans Jona
"Lo natural y comprensible es la muerte, lo problemático es la vida."  - Hans Jonas

¿MERECE LA PENA VIVIR?

Supongo que quien más o quien menos se habrá hecho esta pregunta en alguna circunstancia adversa de la vida. Sé que algunos ni siquiera se atreven a plantearse semejante pregunta y/o dudar de la respuesta. Por unanimidad se aprueba un sí incondicional, incluso en situaciones donde las de perder la vida, y con dolor, es obvia. La vida está ahí, para bien o para mal, para vivirse. Faltaría más. Yo comparto esta opinión, pero a menudo le pido a la vida una respuesta que justifiqué su aparición, un porqué a esta forzosa permanencia en un devenir repleto de adversidades que hacen que la vida se nos antoje en ocasiones anodina, incomoda, pesada, absurda, aburrida, muy problemática y dolorosa. Puede que la culpa sea por nuestra avaricia, de la falta de valentía o imaginación, o puede que por pedir lo que no se puede, o por curiosear más allá de donde se nos permite; (hasta aquí bien, y más allá de este ahora mal). Presente constante, fugaz, que parece perdurar, pero que se acaba, un día u otro, lo esperes o no lo esperes. Sea como fuere, la respuesta, lo adelanto, no es fácil de esclarecer, muy a pesar del sí incondicional al que estamos acostumbrados.
Tengo que aclarar ya mismo que no estoy encubriendo la idea del suicidio. No se trata de eso. Se trata de si con vivir basta o estamos aquí para algo más que no acertamos a saber o si quizá no haya nada más qué saber y aprender a vivir por vivir, procurando deleitarnos en el puro hedonismo, o si tal vez tengamos que ejercitarnos para algo más trascendental. Nuestra naturaleza marcada por la consciencia hace que nos sintamos a menudo raros con nuestra existencia, sobre todo cuando las cosas no funcionan como esperamos y nos preguntamos si hay forma de cambiar el mal estado en el que nos hayamos. La soledad, el aburrimiento, la rutina, el miedo, el rechazo, la tristeza son todos síntomas que contradicen la felicidad que la vida supuestamente debería proporcionarnos. Sin embargo, una felicidad permanente y continua no parece tampoco encajar en nuestra mentalidad y entendemos que la fatalidad, en su propia gama de colores y sabores, venga de vez en cuando a decirnos que hay que sufrir y en consecuencia actuar contra ese sufrimiento. Se nos pide acción, tomar una determinación, luchar.
Lo cierto es que, en lo que a mí respecta, no tengo una respuesta definitiva a este dilema. Hay varias formas de enfocarlo. Por un lado, si tenemos que valorar la vida en función de la muerte, es decir, lo que haya al otro lado del oscuro telón que nada nos deja ver, será decisivo a la hora de valorar positivamente la vida, como si ésta fuera un puente de tránsito hacia un estado mayor y mejor de nuestra existencia. Un algo más perfecto. Un Cielo, por decirlo de manera más directa, aun cuando no sea ese Cielo infantil al que nos tienen acostumbrados las religiones al uso. Puede ser otra vida en función de cómo hayamos sufrido aquí, de cómo hayamos deseado, una reencarnación, o simplemente un más allá inimaginable, un mundo predispuesto por los acontecimientos de la evolución a la que estamos supeditados de antemano, llevados por el azar o fuerzas fuera de nuestro control. Un mundo, cabría incluso decir, que tal vez fuese peor que este en el que habitamos ahora.
Como no tenemos ninguna prueba fehaciente de ese más allá, no queda otra que guiarnos por pistas o seguir las huellas de ideas, (idealismos) que se ajustan con cierta coherencia a nuestro raciocinio y sentimientos.  Pero ninguna de esas pistas será lo bastante convincente como para apostar el todo por el todo. Ya te puedes leer el Fedón de Platón, sobre la inmortalidad del alma, leer al obispo Berkeley, La Fenomenología del Espíritu de Hegel, la Biblia, el Corán, el Tao, seguir los pasos de la ciencia y entrever salidas en mundos paralelos o nuevos universos que discurren a través de eones, que nada te va a dar luz verde a una creencia indudable. Solo la fe podría darte sostenibilidad a tus amargas pesquisas. Pero la fe no es en modo alguno la certeza que nos gustaría poseer como quien empuña con fuerza un cuchillo.
Así, en consecuencia, nos vemos ante una incertidumbre inquietante que pareciera insistir en que nos debemos entregar a algo, lo que fuera, con tal de encajar en el mundo. Una creencia que pueda dar sentido a una vida sentenciada a desaparecer. Buscar o crear, y creer en ese algo. Quizá ahí es donde resida el quid de la cuestión. Que aquí no se viene solamente a vivir por vivir, sino a vivir por algo más significativo, algo que perdure o potencie la insignificante estancia en la que estamos metidos. Se viene a construir un más allá más completo, puesto que las normas de esta vida resultan con frecuencia restringidas al silencio, a la incomprensión y la frustración.
Claro que, por otro lado, están los ateos o agnósticos que prefieren no desvalorizar la vida pensando que tras morir estaremos en mejor situación. Incrédulos de que al morir algo bueno nos esté reservado, es mejor hacer lo que sea posible para vivir la vida cómo mejor se pueda aquí. La idea de Dios les parece confusa, desencajada de la realidad y sin fundamento. Dado que los muertos no responden a ningún estímulo, solo nos queda encarar con valentía la verdad de que al morir todo se acaba.
Yo, sin embargo, soy de los que piensan que nadie puede ser ateo categóricamente, de la misma manera que no se puede creer en Dios con absoluta convicción. De entrada, creer en la nada es prácticamente imposible desde la perspectiva de estar vivo. La nada es una idea abstracta que no es cognoscible por su propia naturaleza; ser carencia de algo. La nada al igual que la negación NO, desestima lo real transformándolo en irreal. Se puede estar vivo y no ser consciente de ello. Además, creo que todo ser vivo tiene la voluntad innata de querer vivir y hará lo que sea por continuar vivo. Por mucho que se presuma de ateísmo, en el fondo, el mismo instinto de supervivencia les dirá que no, que no se puede uno hundir en el ocaso de la desaparición, ahogarse en la nada. Y sospecho que quien se suicida se lleva consigo algo de esperanza en el silencio más recóndito de su corazón.
Y aquellos que defienden a Dios por encima de toda oposición se mienten así mismos, ya que la fiel convicción de su existencia les convertiría en santificados de la felicidad y el coraje. Es decir, no tendrían miedo de nada sabiendo lo que les aguarda tras morir, y eso no sería humano. Sería como conocer quién es el asesino al final de una pelicula, como si conociéramos la voluntad de Dios, el secreto de su omnipotencia. El Dios del más allá no se le aparece a nadie para tranquilizar sus disgustos, igual que si apareciera nuestro ser más querido ya ido para decirnos que no nos preocupemos que todo está bien. Si de veras hay Dios éste nos estará reservado como una sorpresa, quizá con alguna recompensa al mérito de nuestra bondad (si crees en ella) de nuestra paciencia, tal vez la fe, el amor y lo que prefieras, pero no dejará de ser una incógnita, un silencio que no vendrá a romperse para darte seguridad integra. Yo no creo en los milagros.
La duda, por consiguiente, parece afectar a todo tipo de inclinaciones. Valorar la vida mucho, poco o nada, depende de las circunstancias que a uno le afecten, así como la lectura que cada cual quiera sacar de sus propias vivencias. Vivir por el placer de vivir es tan loable como vivir dedicado a crear un misticismo trascendental, un mundo que supere los supuestos defectos de este. En cierta manera, sería parecido a lo que hace el arte, que toma de la realidad los elementos y experiencias para transformarlos en algo más soportable o más intensamente bello. Crear una armonía o un reflejo más personal y adecuado cuando sentimos que las cosas no son como debieran. Crear una comunicación con el exterior para que se dé una coherencia afable. En ocasiones se busca un trasfondo que nos sitúe en una esfera más arriba, desde donde se pueda configurar una conciencia más potente, un sentimiento más penetrante y una libertad más desenvuelta. Pero también comprendo a quienes no deseen espiritualizarse con el mundo y quieran apreciarlo en sus inmediatas propuestas placenteras, incluso a pesar de lo muy difícil, y frustrante, que puedan resultar en ocasiones, porque el mundo y sus tentaciones no parecen estar expresamente diseñadas para dar gustazo constante a nuestros caprichos.
Con lo cual, insisto, cualquier postura es válida porque no hay certeza ni de lo uno, ni de lo otro. Todo depende del valor que le queramos otorgar a nuestras decisiones. A pesar de que no hay agradecimientos expresos por parte del mundo. No hay verdades absolutas a las que abrazarse. Es ese absurdo en el que caemos cuando nada de cuanto creamos y/o creemos nos responde, cuando nuestros esfuerzos no son valorados. Ya que estamos aquí, vivamos como mejor se pueda, pero eso dependerá mucho de cómo gestionemos nuestras sociedades, interpretemos la naturaleza, intercambiemos amor, nos dediquemos al arte, usemos la inteligencia emocional y nos apreciemos humanamente. Si esto no funciona ni da los resultados esperados, habrá que seguir luchando para cambiar de táctica, emprender otro rumbo o tirar la toalla si nos cansamos. Eso es la libertad. Esto es lo que queda. Eres tú quien decides.  - AllendeAran.


“A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil.”  - Ernesto Sábato

"¿Cómo y por qué ha entrado la muerte en un mundo cuya esencia es la vida, y con el que por tanto la muerte está en contratación?, ¿A donde conduce la muerte en el contexto de la vida total, hacia qué es la transición, dado que todo cuanto es es vida, de manera que también la muerte misma no puede ser en último término otra cosa que vida?  - Hans Jonas
“Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la muerte.”  - Blaise Pascal
 

"Cuando Heidegger habla sobre la anticipación de la muerte de uno no es tanto la cuestión de la inmortalidad lo que le preocupa, sino la cuestión de qué significa la muerte anticipada para el ser humano."  - Paul Tillich
 “El hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología, y tendría que tenderse en la camilla y dejarse curar.” Carl Gustav Jung
 


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