domingo, 10 de mayo de 2015

«Lo sublime en la naturaleza emerge
 al ser un reflejo de la propia imagen divina.»
  Joseph Addison

INDAGACIÓN ESTÉTICA 
ACERCA DE  LO SUBLIME

                                Epic Storm (Unknown)                               
Entre lo bello y lo sublime hay una brecha abierta que semeja al espacio que se dilata  cuando desde la cima de un precipicio  se mira hacia fondo de la tierra. Da vértigo. También es cierto que entre ambos hay una alianza de significado, porque tanto en lo que calificamos de bello como de sublime sentimos una atracción magnética, algo que nos llama, nos embelesa, nos pide devoción. Pero mientras en la belleza la cordura se mantiene en su puesto, mientras la festejamos y se ve bien hacerlo (es moralmente aceptable), en lo sublime la seducción de la que participamos se excede, la razón no encuentra palabras, la abducción resulta peligrosa. No es fácil resistirse a la invitación de lo sublime, porque además, por lo general, se presenta de sorpresa para que no pretendamos faltar a su orden. Ni tampoco resultaría coherente huir si pudiéramos, porque eso sería traicionar a la esencia del ser que nos forma, puesto que en lo sublime se vislumbran los elementos espirituales que, adormecidos, yacen en nuestro interior.
Tal vez la belleza sea más dócil y transparente en sus intenciones, puesto que incita a la ternura y el cariño, por lo que parece más sensato apostar por ella. Sin embargo, en lo sublime, se abren las posibilidades de lo que más anhelamos en el fondo del alma; la liberación pura, el despegue de la gravitación que nos sujeta al suelo, de la reflexión. Queremos que la conciencia quede liberada, fuera del juego que la razón demanda. Así el sentimiento se hace más profundo. Puede ser peligroso en parte, ya que el índice de misterio y terror que se esconde en el acontecer de lo sublime puede ser feroz y podría extraviarnos sin remisión, pero la idea de participar en sus fuerzas impetuosas supera nuestros prejuicios y cobardía. Nos vigoriza, nos engrandece, ya que saboreamos un sorbito de la dimensión de lo infinito. Si lo sublime es tan bello que da miedo es porque no comprendemos las fuerzas que lo constituyen. Su embestida es tal, que penetramos decididos a gozar del repentino éxtasis al que nos invita. Nada hay más genuino que la de dejarse llevar por el arrobamiento. Sin aprensiones, sin pensar que nos depara el futuro.
Ese estupor que nos acompaña, ese encanto, ante lo sublime, no tiene necesariamente que venir acompañado siempre de ímpetus salvajes que tengan que impresionarnos hasta el rayar el miedo. La naturaleza no siempre se muestra destructiva con el entorno. Si acaso es los cataclismos naturales, como tempestades, volcanes, diluvios y demás desastres, es donde mejor se expresa lo grandioso, (aunque visto desde las gradas, se entiende, porque nadie quiere caer en el centro de la vorágine), hay también escenarios idílicos que por su rareza y esplendor, pasman de inmediato los sentidos, dejándonos boquiabiertos, (expresión inconfundible del asombro). Lo sublime es maravilloso, es la belleza superlativa que no tiene parangón. La aceptamos sin consideraciones a priori. Esto me supera, decimos, pero también, esto me define o, ahí quiero estar yo, ser parte de ello. Quizá sea porque la imaginación se siente complacida en extremo. Quizá porque nunca antes se había visto u oído nada igual. Porque nos devuelve la cualidad más excelsa y escondida de nuestro yo. Deseamos participar de las fuerzas que modelan el mundo, de las fuerzas que revelan la genialidad del artista, las del Creador escondido ante las cuales el corazón se rinde apasionado.
Es por la intensidad que el hecho sublime se dé raras veces, y menos aún en los tiempos modernos. Hubo un tiempo en que deambular por el mundo, cuando se exploraban nuevas tierras, la vida jugaba con el riesgo pero aquello implicaba que no pocas veces los viajeros más intrépidos asistieran a espectáculos fantásticos. Para quien supo (o sabe ser romántico todavía), el momento extraordinario, tan apreciado o más que el oro, se da ante el descubrimiento de lo insólito e inesperado, de lo excelso y colosal, y aquellos descubrimientos tenían la categoría de sublimes. Antiguamente esto era más fácil de encontrar por el carácter virginal del mundo, todavía joven. Ahora parece que hay que remontarse a la lejanía de las estrellas. Ahora lo sublime que nos toca más de cerca se encuentra procesado en el arte, cuando las pasiones quedan condensadas en algún pasaje musical, un cuadro, una fotografía. No es lo mismo, pero al menos algo nos queda, un rastro, una intuición, de que algo magnífico agita el mundo.
Pocos también son los llamados a entender este hecho. Pocos los que lo entienden y menos los que lo buscan. Nos hemos encerrado demasiado entre los amurallados edificios de las grandes ciudades. La sensibilidad del hombre moderno, en sus exploraciones, está ceñida ahora a la competitividad y a la resistencia, a lo que llaman deporte. La belleza es propia del arte, se queda con las flores, las mariposas, si acaso, un vestido, un mueble, un cuerpo. Cosas cotidianas, cosas menudas. Todos los días amanece y anochece pero a casi nadie le interesa el cromatismo que la luz pinta en las nubes. De los que deambulan por las alturas de las montañas pocos son los que se paran para otear el horizonte desde la cumbre. Caminan cabizbajos para no tropezar y con haber llegado les basta. Del glorioso bienestar que la dulzura de un día de primavera esparce sobre las praderas, a casi nadie llama. La gente trabaja, no tiene tiempo. Estamos demasiado atareados en querer descansar, en comer o beber, en vivir el arte desde una butaca o en una galería. Y quienes así viven entenderán mucho de la belleza pero de la magnificencia de lo sublime apenas se acercan a imaginarlo. Creen que pertenece a esos raros místicos que se han quedado atrás, en otro siglo que ya es historia. A esos insaciables que no saben conformarse con menos.  -- AllendeAran


                                                       Deluge  -  Francis Danby                                                      

Deluge - Ivan Aivazovsky
«Allí donde la sabiduría de nuestro creador quiso que algo nos afectara, no confió la ejecución de su designio a la lánguida y precaria operación de nuestra razón; sino que la dotó de poderes y propiedades que previenen el entendimiento y la voluntad; que embargando los sentidos y la imaginación, cautivan el alma antes de que el entendimiento esté preparado para unirse a ellos u oponerse.»  -  Edmund Burke
 Nattling Marin  -  Marcus Larson

Storm - Alfred Bierstadt
«Como el poder es indudablemente una fuente principal de lo sublime, esto indicará, evidentemente, de dónde se deriva su energía y a qué clase de ideas deberíamos unirlo.»  - Edmund Burke
«La pasión causada por lo grande  lo sublime en la naturaleza, cuando aquellas causas operan más poderosamente, es el asombro; y el asombro es aquel estado del alma, en el que todos sus movimientos se suspenden con cierto grado de horror.» -  Edmund Burke
             El Monje  -  Caspar Friedrich                          

                   Napoleón  -  Ivan Aivazovsky                           
«La infinidad tiene una tendencia a llenar la mente con aquella especie de horror delicioso que es el efecto más genuino y la prueba más verdadera de lo sublime.»  - Edmund Burke
«Un horizonte espacioso lleva consigo la imagen de la libertad: los ojos tiene campo para espaciarse en la inmensidad de las vistas, y para perderse en la variedad de objetos que se presentan por sí mismos a su observación. Tan extensas e ilimitadas vistas son tan agradables a la imaginación, como lo son al entendimiento las especulaciones de la eternidad y del infinito. »  -  Joseph Addison
L'Allegro  -  Thomas Cole

 West Rock New Haven  -  Frederick Church
«Nuestro antepasados miraban a la naturaleza con más reverencia y horror que nosotros: y antes que la sana erudición y filosofía ilustrasen al mundo, se complacían los hombres en asombrarse a si mismos con aprensiones de hechicería , prodigios y encantamientos.»  -  Joseph Addison
«Una de las causas finales del placer que sentimos en las cosas grandes, puede ser la esencia misma del alma del hombre, que no encuentra su última, completa y propia felicidad sino en el Ser Supremo.»  - Joseph Addison
Saint John in the Wilderness  -  Thomas Cole
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