viernes, 5 de julio de 2013

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La Buena Soledad
Es una pena que tenga tan pocas oportunidades de ir al monte. Entre mi detestable trabajo y el mal tiempo que hemos tenido este año, apenas he podido dar un paseo largo por esos caminos que sólo el viento parece transitar. No ha habido primavera. La lluvia ha insistido en mojarnos casi todos los días. Y el verano que acaba de empezar se presenta poco más o menos así. Un día de niebla que consigue apenas levantar y deja asomar tímidamente el azul del cielo al mediodía. La temperatura buena. El ambiente formidable, todo el campo para mí y para algunos caballos, sin contar los insectos.
Un momento: ese en el que me interné en un bosquecillo frondoso. Una luz entre ocre y naranja vertida desde el cielo coloreaba algunas zonas, que junto con el silencio, uno parecía haber descubierto un santuario, pues me sentía invitado a la mediación sin el más mínimo esfuerzo. Ningún pensamiento interfería entre el silencio y la luz. Por desgracia mi cámara no consiguió plasmar el auténtico matiz de la luz, menos aún esa pacifica sensación de plenitud.








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