viernes, 29 de junio de 2018

"¿Y tú crees en Dios?     -Mira, yo en lo que no creo es en la NADA, y a partir de ahí en lo que te dé la gana."  - AllendeAran
SENSUS DIVINITATIS
(Una de Teleología, para principiantes)


Llevo días con varias ideas un tanto descabelladas zumbándome en la cabeza. Quería en cierta forma dedicar un texto largo a cada una de ellas hasta que me di cuenta de que tenían todas algo en común, la búsqueda de un destino (aunque fuese a muy largo plazo) del ser humano y su particular universo, que no es otro que el mismo del que habla la cosmología y los sentimientos que se ven expresados en millones de libros, de novelas, poesías, cine, sueños …. Y es que la ganas de encontrar un salida a tanta frustración mortuoria que la condición del ser humano padece no hace sino multiplicar su creatividad, cuyo principal motivo es, a la postre, la salvación. Esto no puede acabar así. Deberíamos ir hacía algo mayor, algo mejor y más grandilocuente. Pongamos más fantasía en la imaginación y vamos a ver que nos dicta la bendita experiencia científica. Eso sí, comprendo de antemano que nada queda confirmado, que todo está por asegurar, porque no sabemos si habrá un final, ni si nos conviene que lo haya. Hay teorías al respecto pero con muchas fisuras y si vivimos en una especie de pertetuum mobile cosmológico y nuevos descubrimientos nos amplían la visión de todo, siempre tendremos camino por donde encauzar la creatividad, para que ésta no descanse. Pero quien sabe en qué acabará todo esto. 
Uno de los grandes quebraderos de cabeza de todo científico sigue siendo el de la conciencia. Qué hacemos con ella o qué se puede hacer sin ella, teniendo en cuenta lo vaporosos que resultan ser los pensamientos. Los estudios más serios parecen haber caído íntegramente en manos de la neurociencia. Para ella hay un mecanismo material de por medio. Damos por entendido que el cerebro si deja de funcionar, la conciencia se pierde. Yo, personalmente, no lo tengo tan claro. Por la misma razón de que tampoco sé exactamente qué piensa cada cual por mucho que se exprese con palabras y gestos faciales. Se puede mentir de tantas maneras posibles menos de una, que justo es aquella que mejor guarecida está en la mente de cada cual y a la que nadie tiene acceso. Los pensamientos son todo un misterio, y si incluso uno al morir cree que porque no expresa nada ante los demás ya no queda conciencia no es del todo seguro que ésta se haya disuelto en nada.
Sin embargo, lo que más debería importar no es que al morir la conciencia permanezca quien sabe cómo donde, lo que verdaderamente debería importar es que la conciencia, (último gran eslabón de la evolución) tenga un futuro más allá de lo cognoscible hasta ahora, qué nos sumerja en un mundo más completo del que disponemos, que nos acerque al conocimiento más profundo de la cosa en sí y del ser que somos interiormente, sus aspiraciones, sensaciones y deseos. De qué manera el materialismo podría dar respuesta a esta elocuente aspiración cae de momento en conjeturas derivadas del pasado. Veamos cómo.
Evidentemente todo cuanto sabemos se lo debemos al pasado. Más aún es pasado todo cuanto somos y valoramos. El futuro es una deducción que le pertenece al pasado. Hay un camino trazado que parece indicar una ruta, y por lo que hemos recorrido deducimos la dirección que deberíamos seguir. Desafortunadamente vivimos con diferentes opiniones al respecto, sobre qué dirección tomar, y con no pocas guerras hemos seguido una u otra ruta de manera forzosa, a veces de manera certera, otras equivocadamente. Es obvio que es de nuestra responsabilidad el que lleguemos más allá en mejores condiciones de las que tenemos. De eso trata el progreso. Hasta ahora sólo podemos conjeturar y comportarnos conforme a una ética que favorezca nuestra supervivencia. Pero de lo que nos espere más allá es cosa también de ese movimiento contradictorio que busca y establece bases para seguir creciendo. La evolución no solo parece ser transformación. Algo misterioso parece estar persiguiendo un estado de mejor de existencialismo.
Hubo en los momentos primigenios, hasta donde sabemos, una luz que por sus efectos electromagnéticos fue creando partículas atómicas cada vez más complejas que al unirse entre ellas crearon moléculas que a su vez, cada vez más complejas, dieron a la luz vida, seres pluricelulares, con tipologías reproductivas, plantas, insectos, mamíferos, y al hombre y a la mujer, con la gran característica de la conciencia. Con ella entramos en comunicación y proceso de sentimientos que revalorizan nuestra existencia y poder. ¿Hemos llegado al final de la cadena? Lo dudo. De hecho, prefiero imaginar que si hubiese un techo andaríamos todavía por el suelo. Se necesita una conciencia que acierte a entender qué sentimientos nobles o canallas esconde el prójimo, una cierta telepatía. Una comunicación más eficaz y profunda con los demás y el entorno (esa cosa en sí). No es bueno que tantos secretos personales sucumban en el olvido de las tumbas. Ni es bueno que muchos no tengan oportunidad de volver a intentarlo. Tenemos que acabar con el silencio, la moral que nos amordaza, la mala convivencia por no saber, la represión, el aislamiento, la maldad, la desconsideración. En resumidas cuentas, necesitamos otro animal capaz de superar estas conductas frustrantes y propias del egoísmo. Respetar la ética y los diez mil mandamientos que hayamos podido inventar no parecen estar funcionando como era de esperar.
Igual que los dinosaurios desaparecieron de la faz de la tierra (se me ocurre que castigados por su actitud voraz y sanguinaria) quizá debamos desaparecer nosotros también para que se invente otra raza más competente. Con lo “listos” que somos tampoco será necesario que esperemos a que nos caiga un meteorito gigantesco como castigo. Nosotros mismos nos encargaremos de ello. El planeta entero ya está en periodo crítico de putrefacción. Vamos de mal en peor. Tal vez vayamos mejorando, según se mire, según quien opine, ya que aún resistimos, puesto que hemos sabido reproducirnos en abundancia como la mala hierba, pero a costa de comernos el planeta desmesuradamente. ¿Estamos todavía a tiempo de superar la permanencia de los dinosaurios  idiotas que duraron unos 300 millones de años como meros depredadores? Nosotros sólo llevamos unos 300 mil años. Tal vez la inteligencia, de la que presumimos tanto, no sepa concedernos ese favor, ese milagro.
Tengo poca confianza en que el hombre pueda salvarse del fin del mundo, mantengo mucha más confianza en que la cosmología inducida por la física cuántica nos reserve otra vida a lo largo de los eones sucesivos. Una vez más, con optimismo, le damos imaginación a la fantasía (o al revés). Incluso ya hay realidades matemáticas que nos hablan de cosas que la imaginación al uso no acierta a entender. A lo largo de los siglos hemos comprobado que el sol es una estrella cualquiera, entre billones, que nuestro planeta es otro entre billones, que nuestra galaxia es otra entre billones y así sucesivamente. ¿Querrá esto decir que nuestro universo es otro entre billones, y estamos en este como podríamos haber estado en otro? A lo mejor el futuro nos tiene reservado otro hueco, porque el espacio-tiempo es maleable, se encoge y se estira y se dobla hacia afuera y hacia adentro, por lo que dicen de los agujeros negros, que por cierto los hay a billones también. Pero no me preguntes cómo será posible alcanzar una existencia de mejor cualidad, dime tú cómo no iba a ser eso posible con tantos elementos en juego, en continuo proceso de intercambio de energías. De momento es una especulación teológica si lo prefieres, pero hay un impulso que parece subyacer en todo cuanto se mueve, vibra y parpadea, un cierto vitalismo. Ya que ni en el vacío anida la nada, dicen ¿qué más prueba necesitas para entender que siempre habrá algo y que tú formas parte de ello?
Tan solo espero que se nos dé ese estado superior en el que podamos encontrarnos en otro momento no cara a cara, sino corazón con corazón. Que los recuerdos puedan volver a su punto de origen tal como fueron y a la vez tal y como deberían haber sido. El “sensus divinitatis” está ahí en nuestro interior por alguna razón, sea por la frustración, sea por idea de superación, de querer más, prevalecer o transcender. Ya no buscamos a Dios detrás de las nubes. Está en todo cuanto palpamos y dependemos tanto de Él como Él de nosotros. Sólo de esta manera no llegamos a quedar marginados durante este sempiterno proceso hacia lo Divino, sino aún mejor, siendo responsables de que nuestros actos tiendan hacia ese objetivo. ¿Que no está claro? Te lo dice el amor, te lo cuenta la belleza, te lo ratifica la alegría, la serenidad, la razón, ahí están algunas pautas a seguir.
Cuando los antiguos miraron al cielo nocturno, fueran poetas o científicos, supieron entender ese misterio que les inducia, como por embrujo, a saber más para sentir, para deleitarse tanto en el conocimiento como en la belleza. Así, dependiendo del ánimo entusiasmado con que se mire al mundo tendremos una respuesta optimista que nos ayude a trazar el camino hacia el más allá.  El fin del mundo puede estar al doblar la esquina pero el del universo no. Me cabe todavía esa esperanza, como una llama trémula que la agita el viento. No dejaré que se apague. - AllendeAran



“La naturaleza esencial no consistiría en explicar la aparición de la vida, la conciencia, la razón y el conocimiento como efectos colaterales accidentales de las leyes físicas de la naturaleza ni como el resultado de una intervención intencional en la naturaleza sino como una consecuencia nada sorprendente, si no inevitable, del orden interno que gobierna el mundo natural.”  - Thomas Nagel
“La conciencia humana no es meramente pasiva sino que está penetrada, tanto en acción como en cognición, por la intencionalidad, la capacidad de la mente de representar el mundo y sus propios propósitos.”  - Thomas Nagel

“Lo que Dios sea y como quiera que se conciba, hay entre Él y nosotros una afinidad, y la mente religiosa en sus más altos ánimos se concibe así misma como haciendo lo mejor del trabajo de Dios en la labor del hombre (haciendo del hombre lo más parecido a Dios) y concibe a Dios como locutor del hombre en su conciencia, en su pasión por la verdad y la belleza.” – Samuel Alexander.
“La Divinidad es por lo tanto una ulterior cualidad superior a la mente, en la que el universo está afanado en dar nacimiento […] Ante cualquier nivel de existencia la Divinidad es la cualidad más ulterior y superior. Es entonces una cualidad variable y a medida que el mundo crece con el tiempo, la divinidad cambia con él”  - Samuel Alexander


Algunas lecturas recomendables:
"The Reflexive Universe" by Arthur M. Young
"La Mente y el Cosmos" by Thomas Nagel
"La Divinidad" by Samuel Alexander
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