sábado, 30 de enero de 2016

"Si la palabra es tiempo, el silencio es eternidad"  - Maurice Maeterlinck

serenidad, pasión y añoranza en la música de 
 GERALD FINZI




A la hora de evocar recuerdos la música es posiblemente el más poderoso estimulante que tenemos para conducirnos al pasado. Si hubo una canción que repetidas veces sonó durante un tiempo, más tarde, después de un largo lapsus de semanas, meses o años, esa música, al escucharla de nuevo, nos dirige de inmediato y con fuerte poder evocador hacia aquellos días olvidados. De algún modo, en el sonido, y en  los olores también, se quedan impregnadas vivencias y sentimientos. Sabemos que son juegos del cerebro en conexión con el hábitat circundante, pero no puede dejar de asombrarnos el hecho de que cuanto vivimos se conserve oculto y dormido en los entresijos de la mente para luego despertar emocionalmente. Como aromas tengo algunos favoritos, el olor de la marea baja en las playas, el olor de los pinos en el monte, la brisa al caer la tarde en verano con fragancia a hierba tostada, el del café, los melocotones…, pero sobre música tengo tantas canciones y temas instrumentales que se me haría interminable incluirlas en una lista. Es más, con los años he adquirido el hábito de crear, sin premeditación, recuerdos con la música que voy descubriendo. Es como si le pusiera banda sonora a mi vida, para después, si así lo deseo, poder rememorar mis días perdidos, sentirlos mejor que si mirara unas cuantas fotos pegadas en un álbum.
Descubrí al compositor Gerald Finzi hará un par de meses, y algunas de sus composiciones me parecieron conmovedoras. Tiene el compositor ese gusto romántico y pastoril inglés, melancólico, muy en la línea de Vaughan Williams o Frederick Delius. Poético con la naturaleza, apacible, es ideal para pasear por el campo sin moverte de casa. Cierra los ojos y siente. No cuenta el compositor con largas sinfonías o conciertos, la mayor parte de sus composiciones son miniaturas orquestales y canciones, pero son obras bien construidas. Contento de descubrirlas (justo cuando crees que ya no queda más por descubrir) las he ido poco a poco degustando en mis audiciones, por casa, y fuera en la calle con mi walkman personal. Pero mi sensibilidad que tantas emociones me confiere me pasa factura, y puede en ocasiones llegar a doler, porque hay circunstancias que mejor dejarlas tal como son, desnudas, secas, sin ataviarlas de mayor expresividad, que pasen sin ornamento, con indiferencia. Mejor que pasen al olvido.
Mi madre ingresó en el hospital el pasado mes de noviembre por culpa de una meningitis y durante 52 días luchó por no cerrar definitivamente sus ojos a la luz. Lamentablemente no pudo ser. Su avanzada edad le dejó sin fuerzas. La insuficiencia renal que padecía no le permitió continuar. El 31 de diciembre se separó de este mundo, inmutable. Durante los días en que la visité (todos, si mal no recuerdo) me mantuve a su lado, a ratos sujetando su mano mientras dormía, y en alguno de esos ratos tuve la “osadía” de escuchar a Gerald Finzi con mi walkman. Principalmente el primer soliloquio de su Love’s Labour’s Lost (The King’s  Poem) y su Égloga para piano y orquesta de cuerda. Sentía, que el sosiego de esos temas proporcionaba la serenidad que mejor se acomodaba a esos momentos difíciles, tan llenos de incertidumbre. Una banda sonora triste por las imágenes que tenía a mí alrededor, pero a la vez sentía que la música cumplía su cometido. Esa música era lo que ella, mi madre, exactamente necesitaba;  Sosiego. Algo así como la quietud propia del descanso merecido después del trabajo, el bienestar de vivir dulcemente. Era como si deseara transmitirle lo que yo sentía al escuchar la música. Que hay otro estar, otro mundo, otra forma de sentir que sin duda le haría feliz.
Pero ya sabemos que eso es imposible, que cada cual entiende la música a su manera, si bien su significado esencial debe ser ecuánime a todos, si sabemos entender lo que el compositor propone en su afán. Y para ello tenemos que educar el oído en consonancia con el corazón y la imaginación. Mi madre nunca entendería ese soliloquio de Gerald Finzi, solo si acaso pudiera leer dentro de mí, habitar en mí. No tuvo ella gran entusiasmo por la música. Sin embargo, pienso en verdad, que quizás el más allá consista un poco en eso, en poder transferir nuestros más profundos sentimientos a los demás, comunicar en silencio lo que palpitó de auténtico dentro de nosotros. Aquello que las palabras no pudieron revelar. Lo que el corazón esconde. Los secretos mejor atesorados y más difíciles de entregar.
Lo que yo no sospechaba en aquellos días es hasta qué punto había estado afilando la hoja de una navaja. Escuchar ahora ese soliloquio o esa égloga para piano y orquesta me corta por dentro las entrañas. No puedo. Es tal la intensidad evocadora de aquellos días en el hospital, tal conmoción bruta, que no puedo escucharlos sin nublarme la vista de lágrimas. La música atesora ahí un deslumbrante recuerdo cargado de afectividad. Es dulce y amargo a la vez. Siguen siendo los temas lo que por esencia son, serenidad, pasión, añoranza.., pero que en mí han venido a cargarse de ilimitada pena. No es que sea un mal recuerdo, porque la música lo reviste de ternura, la que precisaba la dura circunstancia. Pero por ahora mejor no pellizco mi sensibilidad y hago más por fortalecer mi vida durante este largo duelo que me espera. Descansa en paz, le digo, que más larga se me hace a mí la espera (por estar sometido al tiempo) antes de que nos volvamos a ver.  Y aunque mucho me cuesta creer en esa posibilidad futura, mayor es la pujanza de mi deseo para que así sea, y para ello cuento con el infinito.



 "La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. - Antonio Machado (Paráfrasis de Epicuro).
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