EVERETT RUESS
Hace pocos días terminé el libro de cartas que W. L. Rusho recopiló de cuantas Everett Ruess envió, principalmente a sus padres, a su hermano y algún que otro amigo, así como algún ensayo, alguna entrada de su diario y algún poema, todo junto para mostrar al mundo la personalidad de este joven trotamundos, amante de los lugares salvajes, de la libertad que revelan y de su belleza paisajista, y que desgraciadamente desapareció en 1934, a la edad de 20 años, en el desierto de Utah sin dejar rastro. Desde entonces, y aun cuando varias batidas de grupos emprendieron obstinadamente su busca por todo lugar posible del desierto, nada se supo de lo que pudo haberle sucedido. De cuantas hipótesis se han barajado acerca de su desaparición la más plausible es la de que fue asesinado por un par de malhechores indios navajos que fueron detenidos años más tarde y de los cuales los testimonios resultan también bastante oscuros. Otras razones se cuentan pero poco convincentes. Su relación con sus padres era ejemplar, le comprendían y le querían. Eso lo deja bien claro la correspondencia. Su cada vez más acentuada aversión a la sociedad, interesada unicamente en valores económicos, insensible al arte y a otros valores espirituales, no parece tampoco razón de peso para que quisiera huir de todo contacto social. Tarde o temprano alguna noticia suya emergería del silencio.
Su final abierto me deja con dos impresiones al recordar su breve pasaje por la vida, admiración y tristeza. Admiración por lo intrépido que fue al viajar solo por tantas tierras inhóspitas americanas, casi siempre acompañado de un par de burros. Por esa precoz sensibilidad ya desde su adolescencia, fuera escribiendo o dibujando paisajes a tinta, siempre atento y deseando participar en la vida sin abandonar su actitud contemplativa. Y tristeza porque me hace suponer que podría haber llegado a ser una gran personaje, celebre por su buen aprecio hacia los encantos de la naturaleza, como escritor, pintor o explorador, tal vez siguiendo un poco la senda de John Muir. Tristeza por ese eterno silencio que cada día, semana, mes, y año tras año debió de pesar como una losa sobre quienes le quisieron en vida, padres, hermanos, amigos, y ahora sus lectores, que disfrutan de sus pocos escritos pero que han dejado una gratificante visión de cómo se ha de entender la vida.
"Cuando me voy, no dejo rastro"
"Pero quien haya mirado a la belleza desnuda durante largo tiempo nunca más ha de regresar al mundo, y aunque lo intente, encontrará su ocupación vacía y banal, y las relaciones humanas fútiles y sin propósito. Solo y perdido, debe morir en el altar de lo bello. La cautivante pasión de cualquier persona sumamente sensible es olvidarse de sí mismo, sea bebiendo o agonizando de amor, trabajando con furia o jugando, o sumergirse él mismo en las artes creativas. A veces, si su voluntad es fuerte, puede pretender que no sabe lo que sabe, y actuar como lo hace el resto. Pero la pretensión no puede durar, y a no se que se encuentre con otro tan bien amarrado con quien compartir el destructivo dolor de la vida, seguramente acabará perturbado. Moraleja: No desarrolles tus facultades""La perfección de este sitio es la razón por la que recelo de volver alguna vez a la ciudad. Aquí uno pasea entre la belleza y la pureza. Allá uno camina entre la fealdad y los errores. Todo está hecho para el hombre, pero ¿dónde puede uno encontrar entornos que se ajusten a los ideales y ensoñaciones? Es posible vivir con la fealdad, lugares incómodos, pero cuanto mejor estar donde todo es bello e impoluto"