viernes, 31 de octubre de 2014

«El arquitecto del futuro se basará en la imitación de la naturaleza, porque es la forma más racional, duradera y económica de todos los métodos.»  -Antonio Gaudí
EL MODERNISMO
L'ART NOUVEAU

LA CURVA DIVINA

Ahora que el progreso tecnológico nos has regalado una vida bien funcional y acomodada; ahora que disponemos de unas facilidades, antes inimaginables, con las que eludir muchos de los infortunios con los que la naturaleza nos laceraba; ahora que hemos sabido acortar distancias y dilatar el tiempo a nuestro antojo; ahora que vivimos más años; ahora que realmente podríamos...; ahora resulta que, paradójicamente, nos sentimos perplejos, confundidos, completamente desconcertados ante un destino que parece estrecharse a medida que avanzamos. Estamos siendo esclavizados precisamente de eso que creíamos haber dominado. El ansia del más nos llena de impacienta y nos precipita hacia un vertiginoso abismo en el que si caemos ya no quedará más historia por hacer.
La misma imagen de las ciudades que nos aglutinan en masas es un  espejo limpio de nuestras faltas y errores. Bastaría con tener un  poco de gusto para darse cuenta, pero por desgracia, a medida que el progreso tecnológico nos ha seducido con su confort tanto más daño le hemos hecho a la sensibilidad, principal promotor del buen gusto. Y quien habla de las ciudades habla de su arquitectura. La última vez, según creo entender, que se le prestó una atención extraordinaria a la naturaleza, para plasmar en el arte sus infinitas sugerencias fue el movimiento Modernista (Art Nouveau para los franceses, o Judgenstil para los alemanes). Fue a finales del siglo XIX y principios de XX que unos cuantos arquitectos, diseñadores, ebanistas y pintores de varios países europeos consiguieron recrear aspectos figurativos de la naturaleza en sus obras artísticas. No les faltó imaginación y sus ideas encajaron con gran acierto en eso que la fantasía demanda, a saber: Entrar en un mundo nuevo.
La gran protagonista del aquel movimiento artístico fue la curva. Elegante y ligera; esbelta y lánguida; rizada y entrelazada hasta el enredo. Líneas engalanadas de motivos florales para un mayor colorido… Esa línea curva ideal la poseen las caracolas, las conchas marinas. Las alas de las mariposas o las libélulas. La forma de las setas o los crustáceos. Y, por supuesto, la mujer, su feminidad más evidente en la grácil figura de su cuerpo sensual y sinuoso. Un arte seductor que se popularizó rápidamente y que se propagó por gran parte de Europa. 
Para no entorpecer esta lectura no es necesario citar a ningún artista. Fueron unos cuantos, y todos ellos coincidieron en trazar esa línea curva que busca en el espacio otras líneas con las que formar aspectos que hablan de una naturaleza libre en sus manifestaciones, en su libre devenir. Nos han quedado así, para recuerdo y deleite, edificios, grafías, ilustraciones, cuadros, diseño de interiores, muebles, joyas… Todo un mundo onírico y de fábula que parecía más apropiado para un cuento de hadas que no para una realidad que sólo sabe hablar a sus ciudadanos de lo fáctico, de eso que acaba siendo barato, y en consecuencia vulgar.
El arte busca la evasión, estimular el espíritu y el Modernismo fue un arte voluptuoso, por lo tanto, eficaz. ¿Qué pasó luego? Tal vez lo dulce acabe empalagando pero lo que sí es cierto es que la historia que vino después nos ha deparado algunas sorpresas amargas. Con la primera posguerra mundial y sus tragedias pertinentes la curva se tensó y surgió de ahí el Art Déco. No estaba mal. Aunque poco, todavía quedaban restos del Modernismo. Con la segunda posguerra mundial, la necesidad relegó al olvido la fantasía. Tras la catástrofe destructiva de las guerras, la necesidad urgía y se optó por lo asequible. Lo más práctico fue acabar con las volutas de todo tipo, nada de ornamentos, y así se impuso el cubismo, para después culminar en ese movimiento de interiores tan álgido y aséptico, el minimalismo.
¿Y que vendrá luego? Difícil saberlo. Pero algo se puede entrever. Si mantenemos a la naturaleza desterrada de nuestra realidad el único material que nos quedará será el prefabricado por nosotros mismos. Si nos atenemos únicamente a esto, como ya está sucediendo en las grandes ciudades, el resultado será un arte adulterado, insulso, apagado, artificioso y estéril, porque de la realidad utilitaria no puede surgir un arte auténtico, ese que va proyectado al espíritu. La naturaleza siempre tiene un componente a su favor que no podemos pasar por alto, su Azar. Algo fuera de nuestra jurisdicción, pero muy valioso. De ahí se pueden extraer tantas ideas como se quiera, tantas, diría, como estrellas proliferan en el universo. -AllendeAran
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