miércoles, 13 de abril de 2016

"Todo hombre, en general, debe de haber conocido un punto de inflexión en su vida, el punto nocturno en que su ser se contrae." - Hegel
"A los hombres, tras la muerte, les aguardan cosas que ni esperan ni imaginan"  - Heráclito
SIN UN DESTELLO DE CIELO

Sea la religión o la metafísica, la ciencia o la filosofía, todas ellas, de forma implícita, buscan cómo salvar al ser de su inevitable destino, la muerte. Quiere el pensamiento salvar a su Yo, a plantar la vida exigua en un más allá, de trascender, de seguir existiendo como sea. Desde Platón el idealismo se dibuja calculadamente con el objetivo de trascender, y a partir de ahí todas las filosofías han venido a contradecir o intensificar nuestras expectativas por un mejor o peor existir. Para unos la realidad es como se muestra y es de cobardes no reconocer su autenticidad como sustrato objetivo independiente de nosotros. La realidad nos supera. Para otros la realidad está porque estamos nosotros, nuestra mente, y está para interpretarla y moldearla a nuestro capricho, no es sino apariencia. Sea como fuere, si hay algo que me sorprende de toda la historia beligerante del pensamiento es que nadie se haya planteado la pregunta desde una perspectiva más aguda y visceral, ni siquiera la religión, ¿Se puede en verdad imaginar un Cielo dadas las leyes establecidas en la vida que nos corresponde? No hablo de creer con fe, sino de imaginar, de idealizar ese concepto para que así se pueda uno poner con voluntad ferviente a trabajar en el proyecto, a confiar que de alguna forma recuperemos nuestro Yo con aquellos que parecen haberlo perdido tras morir. ¿Cómo es el Cielo para que podamos creer en él?
No se puede. Hay un obstáculo ineludible al que estamos subyugados y que hace la idea de la eternidad imposible. El tiempo. Para empezar, la felicidad que buscamos y que viene derivada del malestar que las circunstancias negativas nos deparan, no parece tener sentido más allá de una limitada temporalidad. Diríamos que dura un instante, porque hay que situarlo necesariamente en el tiempo y el tiempo viene marcado por vicisitudes donde distintas fuerzas de polos contrarios pugnan por la producción de algo que no es desconocido hasta ahora. Recuperar en el más allá lo que acá se nos niega no podría ajustarse en el tiempo. Inmersos en la felicidad no hay por qué actuar, no nos empujaría necesidad alguna a movernos, por lo que nos mantendríamos estáticos, impertérritos a cualquier sensación. De manera que imaginar ese paraíso en el que fluye la eternidad tal y como la hemos pensado en cierto instante duraría lo que ese instante demanda, ¿y después qué? Chocamos con la imposibilidad de recrear un paraíso que durara para siempre. El infinito visto desde esa perspectiva nos produciría vértigo, hastío.
No quiero ser partidario de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Esto se puede mejorar. Hay países en los que se vive mejor que en otros. Hay personas que son más felices que otras. Pero eso de lo que depende tanto la felicidad de unos como de las ventajas que se ofrecen en unos países es un trabajo constante que se debe cuidar teniendo en cuenta directrices humanistas y cosmológicas. Se necesita mucho respeto, empatía, esperanza, y empezar a borrar esos caminos que nos conducen a un nihilismo oscuro, al yo egoísta y materialista. Se necesita estudio, convicción renovada de que hay futuro, de que sí se puede. Se necesita filosofía, arte. Y hay tantas salidas como la imaginación quiera, basta que la voluntad sea firme en su disposición. Aun así quedarían, en una sociedad laboriosa por el bien y el progreso, quedarían los accidentes inesperados por los que se sufre. La naturaleza que parece ser ciega a nuestros intereses en su devenir decidido nos zarandea. Nosotros mismos cometemos errores. ¿Qué respuesta podemos presentar a quienes sufren las contingencias de una historia desacertada? A quien de súbito muere tras sufrir un accidente, a quien padece una enfermedad, a quien nace desfavorecido físicamente, ¿cómo podemos exonerar a tantos de tanto dolor? Se necesita la idea de un Cielo probable, fidedigno, que pueda darnos consuelo, pero desafortunadamente algo calla, algo nos impide dar verdad a esta idea conceptual. A veces, por quedar, no nos queda ni la intuición, ni la fe.
Con frecuencia pienso que la muerte se nos presenta con tanta tragedia que parecería esconder una función distinta de lo que es o aparenta. La muerte resulta tan sospechosa en su crueldad y tenebrismo que parecería ocultar algo. Es tan esperpéntica que debería dar risa en vez de miedo. Encaja en la vida porque sin ella no habría vida. Sin la muerte no entenderíamos cómo podría funcionar el universo, no sabríamos cómo ni de qué manera el todo que nos rodea podría existir como tal. Si somos humanos es porque somos mortales. Y sin embargo, a la vez, conviviendo con ella, cuando la miramos de frente y aceptamos lo que es, (que a todos nos toca tarde o temprano) nos da un miedo porque rompe todo convencimiento de creer que merece la pena vivir. Haber venido aquí para estar sin saber y luego no estar sin saber por qué. Con o sin la muerte, la vida se contradice, se revela absurda y anodina.
Corresponde a nuestro intelecto encontrar una solución a este acontecimiento siniestro, para así dar valor efectivo a la existencia y no perder las esperanzas en lo que somos. Pero por más que nos estrujamos los sesos, ni la religión, ni la metafísica, ni la ciencia han sabido ofrecer respuesta que bajo las directrices del razonamiento podamos asumir. Cierto que hay un devenir perpetuo que conjugado por fuerzas antagónicas va desarrollando nuevas formas de existencia al margen de nuestras finalidades. Podemos creer que hemos llegado con la vida y el pensamiento a la mayor sofisticación posible, pero por desgracia es insuficiente. Esta fase del ser carece de muchas facultades, somos demasiado vulnerables. Nadie se conforma con estar ahora y desaparecer luego, olvidados en la nada. Se sufre. Es por eso que tenemos la obligación de buscar una causa que el razonamiento (u otra forma de intuición) justifique con plena satisfacción la existencia. Algo convincente que nos dé paz, seguridad, fortaleza para continuar adelante. ¿Es esto únicamente responsabilidad nuestra? ¿Acaso la historia no es el acontecimiento que viene buscando esto, un proceder o método, que nos asegure un futuro estable? Y sin embargo… ¿por qué es tan difícil ponerse de acuerdo en esta empresa? 
El Cielo sigue manteniéndose distante, igual que ese azul jamás alcanzable en el que la vista se hunde perdida al mirar arriba. No hay forma de entender cuál debe ser el paradigma que nos lleve a encontrar ese camino seguro, la Idea de todas las ideas. No digo llegar a un fin, porque eso suena a encontrarse con la muerte, sino a ese algo aún indeterminado que nos libere de tanto sacrificio y dolor injustificable. Hasta hoy nada nos ha llegado con el poder necesario para hacernos tomar ese rumbo abierto a la salvación. Seguimos tan desorientados como cualquiera de nuestros antepasados. El Cielo se resiste a crear sus reglas, se torna inimaginable. Solo me cabe la esperanza de que los siglos ulteriores vengan marcados por otras leyes físicas o espirituales, no sé, o mezcla de ambas cualidades, pero leyes más dúctiles, que puedan ofrecer mejores principios para una esperanza más clara. Porque de momento el ser de los muertos de nada habla sino de silencio, y eso nos duele, a nosotros los vivos. Puede que como un acertijo encriptado no tengamos derecho a saber más, y no nos quede otra cosa que la fe. Puede que sea deber nuestro el edificar horizontes a partir del sufrimiento, pero si después de tantos siglos poco hemos logrado aliviar nuestra dolorosa desazón tal vez lo único que nos quede es dejarnos llevar y que el mismo destino nos ampare. Aquí estoy sin saber por qué, tanteando a ciegas. Allí, donde sea, al inconcebible lugar que llaman Cielo, ¿llegaré? La fe, sólo la fe. - AllendeAran
                                                                                 

 
                                                                                                                               Mathieu L.
"Lo que llamamos naturaleza es un poema cifrado en maravillosos caracteres ocultos. Pero si se pudiera desvelar el enigma, reconoceríamos en él la odisea del espíritu que, burlado prodigiosamente,  huye de sí mismo mientras se busca; pues mediante el mundo sensible como por palabras, como a través de una niebla sutil, el sentido ve el país de la fantasía al que aspiramos."      -  F. Schelling
"¿Tiene el mal algún final? Y ¿Cómo? ¿Tiene acaso la creación alguna meta? Y, si esto es así, ¿Por qué no se alcanza inmediatamente, por qué no se da la perfección ya desde un principio? Para esto no hay más respuesta que la dada: porque dios es una vida y no sólo un ser. Y toda vida tiene un destino y está sometida al sufrimiento y al devenir. - F. Schelling

 
"En la jerarquía de las cualidades la próxima cualidad hacia la más alta posible es la divinidad. Dios es el universo entero involucrado en un proceso por emerger esta nueva cualidad, y la religión es el sentimiento que nos encauza hacia él, y estamos atrapados así en el movimiento del mundo que va hacia una existencia de mayor nivel."  - Samuel Alexander
"Debemos entender que la divinidad no es como tal cognoscible, no se encuentra delante de nuestras mentes como sustancia observable [...] sino que el mundo actual contiene la semilla de su futuro, si bien lo que se forme en el futuro está escondido de nosotros."  - Samuel Alexander                                             

                                                                                                                   Marcin Stawiarz
"No podemos pensar cómo la unidad del mundo puede hacerse algo múltiple; de lo eterno, algo variable: lógicamente, eso es incomprensible. [...] Sólo queda de estos sistemas metafísicos un estado de ánimo y un idea del mundo."  - Wilhelm Dilthey
"En las experiencias vitales, en las actitudes ante el problema de la vida. En estas actitudes se funda la multiplicidad de los sistemas y a la vez la posibilidad de diferenciarlos. Cada uno de ellos afecta al conocimiento de la realidad, la valoración de la vida y el establecimiento de fines." - Wilhelm Dilthey

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