lunes, 2 de julio de 2012

ENDIMION
Mi primer encuentro con John Keats no tuvo nada de romántico. Estaba curioseando libros de poesía en el Corte Inglés cuando dí con uno titulado, Endimión. En la portada aparecía uno de los retratos de Keats y su pose y vestimenta de época ya me dijeron algo especial. Tenía yo dieciocho años y en la escuela sólo aprendíamos literatura castellana, por lo que de autores extranjeros poco se conocía. Había que ir de autodidacta. Cuando empecé a leer entre páginas para ver si el tema y estilo iban a ser de mi agrado quedé al poco convencido. Y es fácil saber por qué. El mito de Endymion, (el pastor latmio, al que Jupiter condenó a dormir eternamente a petición de Selene, la Luna, para que ésta pudiera contemplarle siempre que gustara) lo eligió Keats para libremente personificarlo, de manera alegórica y, en consecuencia, pudiese abrir ventanas a toda índole de escenarios oníricos. Lamentablemente, el poema (unos 4.000 versos, divididos en cuatro libros, de métrica libre y rima copiosa en pareados) tuvo un desarrollo enmarañado por la cantidad de apéndices, invocaciones y circunloquios que, amén de su narrativa soterrada de visiones, acabó mal digerida por la crítica de su tiempo y por lo tanto severamente castigada. Es por eso que, leas por donde leas, la imaginación queda deslumbrada, henchida, ante el acopio de exóticos y suntuosos pasajes.
Endimión es un precioso poema, pero para leer a trocitos, cuantos más cortos mejor. Es para saborearlo como un bombón exquisito del que no conviene abusar ni mezclar con otros. Un breve fragmento al día es suficiente. Su sabor perdura. 
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"¿Por qué tal atardecer de oro?
La brisa se mece con tanto cuidado y suavidad
que ni una hoja puede caer antes de que el sereno padre
de todas ellas incline su cabeza estival bajo el oeste.
Estoy ahora de aliento, de habla y de presteza poseído,
mas al ponerse el sol debo decirte adiós para siempre.
La húmeda hierba esparcirá miriadas de lánguidas hojas
y con ellas moriré, pues no duele mucho morir
cuando el verano muere en el césped frío."
Si he sido mariposa, señor de las flores y las guirnaldas,
de los lazos del amor y de los cándidos ramilletes;
de los prados, arboledas, melodías y rosas silvestres
Mi reino asiste a su fin y así debo morir yo con ello. 
Pues si a todo esto lo llamamos erroneamente dolor o calamidad
tristeza, aflicción, congoja o penuria, ¿que me queda por deplorar?
Por el enemigo del Titán, que no soy sino tratado con justicia"




"Pensativo yacía vigilando el cenit, donde la Vía Láctea
se esparce entre estrellas con virginal esplendor
y con la vista lo recorrí hasta que las puertas del cielo
parecieron abrirse ante mi vuelo"
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