viernes, 6 de abril de 2012

PASEAR

En este pequeño ensayo Thoreau nos propone que caminemos, no tanto como ejercicio saludable para el cuerpo, (menos aún como un reto por alcanzar tal o cual monte a contra tiempo) sino como un goce en si mismo cuyos beneficios se verán recompensados a poco que los sentidos estén predispuestos a experimentar la Naturaleza. Yo diría tal vez que la palabra 'airearse' tendría más sentido hoy en día, dado que las asfaltadas ciudades nos han robado ese placer y que ahora sólo resulta asequible para quienes todavía viven en los pueblos. Es posible que, para los que residen en grandes urbes (la mayoría), nos quede algún parque o algo de costa transitable pero nada comparable a como eran las tierras hace escasamente unos años. Sencillamente, había donde perderse. Lugares para descubrir. Caminos nuevos por recorrer. Espacio donde expandirse. Más árboles, más pájaros, más piedras, más aire incluso. A pesar de las ventajas disponibles en las ciudades para vivir mejor, otras desventajas se están haciendo cada vez más acusadas respecto al lugar que por esencia nos pertenece, el habitat del que procedemos, y nuestra mente está siendo la primera en sufrirlo. Desde luego, Thoreau no hubiese tolerado este progreso en detrimento de esos paseos por tierras agrestes. A nosotros ahora tan solo nos queda airearnos y difícil será que podamos experimentar algo parecido a lo escribió en este ensayo.

"Un día del pasado noviembre, presenciamos un atardecer extraordinario. Estaba yo paseando por un prado en el que nace un arroyuelo, cuando el sol, justo antes de ponerse, tras un día frio y gris, llegó a un estrato claro del horizonte y derramó la más suave y brillante luz matinal sobre la hierba seca, sobre las ramas de los árboles del horizonte opuesto y sobre las hojas de los robles de la colina, mientras nuestras sombras se alargaban hacia el  Este sobre el prado, como si fuéramos las únicas motas en sus rayos. Había una luz como no podíamos imaginar momentos antes y el aire era tan cálido y tan sereno que nada le faltaba al prado para ser un paraíso. Cuando pensamos que aquello no era un fenómeno aislado, que nunca más iba a ocurrir, sino que se repetiría una y otra vez, durante un número infinito de tardes, y que alegraría y alentaría hasta al último niño que anduviese por allí, nos resulto aún más glorioso"

 
"Caminábamos bajo una luz tan pura y radiante que doraba la hierba y las hojas marchitas, una luz con un resplandor tan dulce y sereno que pensé que nunca nos habíamos bañado en semejante caudal áureo, sin una onda, sin el más mínimo murmullo alrededor. El lado Oeste de todos los bosques y colinas brillaba como los confines del Elíseo, y el sol a nuestras espaldas parecía un bondadoso pastor conduciéndonos de vuelta al hogar en el atardecer. ... Es así como paseamos en busca de la Tierra Santa, hasta el día en que el sol brille más que nunca y quizá ilumine nuestra mente y nuestro corazón, y alumbre nuestra vida entera con la majestuosa luz del despertar, tan tibia, serena y dorada como en un arrecife en otoño"


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